David Rojo
Veo al colibrí y me digo que estamos de suerte.
Veo al colibrí con todo su aletear y me lleno de toda esa energía.
Escucho sin embargo al político hablar del pueblo y se desploma todo el entusiasmo.
Percibo la indiferencia social a esta realidad tan lacerante en Los Cabos y maldigo la factura que se paga con el desastroso desarrollo urbano.
Veo al colibrí y me digo no obstante que aún estamos de suerte, que la indiferencia social y los políticos no han acabado del todo con lo extraordinario de Los Cabos.
Se tiene el arrecife de Cabo Pulmo.
Se tiene la Sierra de La Laguna, el último rincón de los pinos.
Se tiene a Sol de Mayo.
Se tienen los apetecibles burritos de Santa Anita.
Se tienen los quesos.
Se tiene la nieve de pitahaya.
Se tiene una magnífica vista estelar y se tienen aún playas para acampar.
Veo al colibrí y me digo que aún estamos de suerte.
Maldigo sí la indolencia social a la realidad que lastima y que sigue pasando una cruel factura a miles de familias sin servicios básicos y viviendo en sus endebles viviendas en zonas de riesgo.
Maldigo sí al político que hace del cinismo político palabra sin huella.
Maldigo la destrucción del Estero de San José del Cabo, el hogar del colibrí endémico.
Pero, el colibrí no maldice. Tan noble que aletea para que la suerte por lo extraordinario de Los Cabos no se extinga.
Tan pequeño.
Tan vigoroso.
Está siempre aquí, citado incluso en escritos de misioneros en el siglo XVIII.
Con su aleteo y sin maldiciones aún le abona suerte a Los Cabos.
Político devuelve esa suerte a miles de familias las que viviendo en Los Cabos no disfrutan para nada la suerte de estar en Los Cabos.
Ahí está el colibrí. Político no seas gacho.